jueves, 25 de marzo de 2010

La peor forma de morir son todas

Morir de sed provoca un dolor de cabeza cien veces superior al de la peor resaca que podamos tener en nuestra vida ya que debido a la falta de agua en nuestro organismo, el cuerpo se nutre del líquido cefalorraquídeo del cerebro, y por tanto, lo seca. Aproximadamente a los dos días que llevemos sin beber dejaremos de orinar y por tanto nuestros riñones se hincharán como un globo, lo que nos causará un dolor similar a una puñalada. Los ojos se secarán y endurecerán como si fueran de cristal. Nuestra agonía durará de tres a siete días.
Morir desangrado. Perder los cinco litros de sangre que nuestro cuerpo alberga puede llevarnos desde unos minutos hasta horas, dependiendo del tipo de herida que suframos. Eso sí, podemos perder hasta el quince por ciento de nuestra sangre sin sentir más que un simple mareo, aunque conforme aumente la hemorragia sufriremos una grave hipotermia, hasta que, tras perder aproximadamente la mitad (2,5 litros de sangre), entremos en coma.
Morir quemado. Nuestros cabellos prenderán de seguida y se irán consumiendo, por este orden, nuestras manos, los hombros, el pecho y el rostro; aunque nunca veremos cómo nuestro cuerpo se calcina, ya que los glóbulos oculares estallarán al contacto con el fuego. Se estima que el dolor es mil veces superior al que se puede sentir al poner la mano sobre una sartén al rojo vivo, y dura unos diez minutos, lo que tardan las llamas en achicharrar los nervios de nuestro cuerpo. Aunque afortunadamente hay muchísimas posibilidades de que muramos antes por tan gravísimas heridas.
Morir decapitado. Si nos cortan la cabeza nada nos librará de sufrir dos segundos de extremo dolor. La cuchilla (guillotina, hacha...) cercena los huesos que unen la cabeza al cuerpo, y eso duele, brevemente pero de manera intensa. Transcurridos esos dos segundos caeremos inconscientes por la hemorragia, aunque el cerebro todavía conservará algo de sangre y oxígeno para sobrevivir unos quince segundos más, aunque los casos de cabezas cortadas que mueven los ojos o la boca son tan solo espasmos involuntarios causados por la agonizante química cerebral, nada más, tú ya estás muerto.
Morir ahogado. El agua nos anegará el estómago, y la falta de oxígeno hará que se nos amorate el rostro y que el cerebro sufra un coma mortal en pocos minutos. Los espasmos de la laringe impedirán el paso del agua al aparato respiratorio, y aunque fallezcamos en pleno océano es probable que lo hagamos con nuestros pulmones secos.
Morir asfixiado. La hipoxia, es decir, la falta del suministro necesario de oxígeno a los tejidos y al cerebro ya sea por culpa de un estrangulador o un hueso atascado en las vías respiratorias, nos causará la muerte. Las células sanguíneas, desoxigenadas, perderán su color rojizo adquiriendo un tono morado que se reflejará en nuestra piel. Perderemos la consciencia en pocos minutos, y moriremos a buen seguro de un paro cardíaco.
Morir congelado. Tras los escalofríos iniciales, las manos se entumecerán, señal de que nos quedan menos de dos horas de vida. Los vasos sanguíneos se helarán, lo que impedirá la circulación: en una hora, las extremidades estarán congeladas y el dolor será terrible. Antes de caer inconscientes por falta de riego cerebral son muchos los que se desnudan y nadie ha sabido explicar de manera convincente el porqué de ello, aunque se apunta a las alucinaciones como causa posible de tan peculiar hecho.
Morir gaseado. El monóxido de carbono provoca una muerte rápida e indolora, es por eso que lo han venido a llamar el asesino silencioso. En caso de intoxicación, el CO2 sustituirá al oxígeno en nuestro organismo, ya que su afinidad para mezclarse con la sangre es 250 veces superior. Sólo notaremos un dolor de cabeza seguido de náuseas. Lo más probable es que nos quedemos dormidos antes de morir, y si intentamos huir, apenas si podremos movernos debido a que nuestros músculos estarán tan agarrotados por el gas que sólo podremos reptar unos pocos metros para desfallecer en el intento.

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