jueves, 26 de enero de 2012

El maravilloso horrible mundo de las drogas

Dietilamida del ácido lisérgico es la designación científica de un preparado que, ocasionalmente, ha sido llamado la bomba de hidrógeno para los sentidos. Aun en cantidades mínimas tienen efectos extraordinarios en el hombre; una décima de miligramo basta para trastornar todas las dotes de percepción, aparentemente tan sólidas. Este preparado, conocido vulgarmente como LSD, estuvo durante los años sesenta y setenta del siglo pasado en las primeras páginas de los periódicos, y causó escándalos y catástrofes. Pero, ¿cuáles son los efectos mágicos de esta terrible droga?
Los científicos experimentaron en sí mismos e informaron: se eleva enormemente la sensibilidad de todos los sentidos. Los colores adquieren una increíble luminosidad. La música adopta formas ópticas. El cuerpo se hace tan pesado como el plomo, para volverse luego ligero y parecer flotar en el espacio. Se recuerda lo olvidado hacía tiempo. No se reconocen los objetos, las proporciones cambian en todos los sentidos, al igual que la rapidez con que transcurre el tiempo. Uno se percibe a sí mismo desde la lejanía. Los acontecimientos pueden ser celestialmente deleitosos, pero también demoníacamente horrendos.
Los elementos más importantes de esta droga semisintética crecen en el tallo de los cereales y proceden del cornezuelo de centeno, que en siglos pasados fue mezclado a menudo con la harina y causó peligrosos envenenamientos. El químico suizo Albert Hofmann ya descubrió la LSD en 1938, pero solamente cinco años después se dio cuenta del efecto fantasmagórico de la droga. Mientras se encontraba trabajando en el laboratorio con la LSD se sintió invadido por la excitación y el vértigo. Se marchó a casa, se tendió en la cama y cayó en un estado, no desagradable, similar al producido por los estupefacientes. Esta primera impresión fue confirmada por un autoexperimento posterior. Hofmann había descubierto un nuevo estupefaciente de un efecto psíquico insospechado que daba a la conciencia dimensiones completamente nuevas.
Ya en épocas anteriores se hicieron autoexperimentos con estupefacientes. En 1902 el norteamericano W. James escribía sobre sus experimentos con el gas hilarante que se empleaba sobre todo como anestésico: “Nuestra conciencia despierta normal, no obstante, es un tipo especial de conciencia, mientras que junto a ella se encuentran otras formas de conciencia, completamente diferentes y separadas solamente por un fino velo. Esta clase de fórmulas mágicas acompañan a la humanidad desde antiguo”.
Uno de los más antiguos elementos portadores de felicidad fue el jugo seco de la adormidera, el opio. No procede de China, como se cree, sino que se dio originalmente en Egipto, Grecia y Turquía. El opio hace aparecer ante el durmiente imágenes suntuosas, a menudo eróticas. La morfina está contenida en el opio. Esta actúa eliminando los dolores, pero como su descendiente artificial, la heroína, es un peligroso medio que produce hábito.
Las hojas secas del cáñamo son llamadas hashish en Persia y marihuana en algunos otros países. Con el mismo nombre se designan los verdaderos estupefacientes que se obtienen de la resina contenida en los capullos de las plantas femeninas del cáñamo. Tanto el hashish como la marihuana hunden a quienes lo fuman en una somnolencia llena de visiones de color, sones extraterrenales y amplios espacios sin límites. La cocaína, otro estupefaciente clásico, se obtiene de los arbustos de coca de Java, Sumatra y de los Andes sudamericanos. En su origen, sorbido como rapé y en pequeñas cantidades, vivificaba y daba más alegría en el trabajo.
El número de drogas anímicas ha aumentado enormemente, gracias sobre todo a la ayuda de la química moderna. Se han vuelto a descubrir antiguos estupefacientes vegetales, mientras se han desarrollado nuevas drogas en el laboratorio. Entre estas se encuentran también los llamados tranquilizantes y neurolépticos, con sus efectos tranquilizadores, relajadores y animadores. Estas drogas restablecen el equilibrio en caso de miedo a la gente, temor ante un examen, depresión, tristeza y cansancio por excesivo trabajo, sin disminuir por ello considerablemente la actividad cerebral.
¿Por qué misteriosos caminos consiguen sus efectos agradables, o también peligrosos, las numerosas drogas, estupefacientes y demás medios milagrosos? En primer lugar influyen sobre el complicado, sensible y decisivo centro de dirección del hombre: el cerebro. Las sustancias químicas contenidas en los estupefacientes y en los medicamentos no tienen necesariamente que ser llevadas directamente al centro cerebral. También se pueden dirigir por la sangre para llegar así a los nervios. Para la Medicina es importante saber qué clase de procesos químicos ocurren en determinadas enfermedades.
El estado que produce por ejemplo la LSD tiene cierta similitud con algunas enfermedades mentales. Es fácil pensar que, durante estas enfermedades, se desarrollan en el cerebro las mismas sustancias químicas que contiene la LSD. Una vez que se haya podido demostrar esto, se tendrá la posibilidad de desarrollar medios que contrarresten los efectos de estas sustancias enfermizas.
Muchos de los estupefacientes clásicos han proporcionado a la farmacología y a la medicina modernas valiosas sustancias para la fabricación artificial de medicamentos. Pero también son conocidos los peligros. El consumo frecuente, que primeramente despierta la sensación de ser interiormente libre e independiente, aumenta después la necesidad de repetir la experiencia en períodos cada vez más cortos y con cantidades mayores, hasta que se forma hábito, o sea hasta la dependencia completa de la que a menudo ya no se puede salir. El final puede ser el desmoronamiento mental y físico.
Los tranquilizantes sintéticos no causan otros efectos catastróficos. A pesar de todo, los médicos ven graves peligros en la utilización desconsiderada de estos medios. Corremos el riesgo de matarnos tranquilizándonos, llegó a decir un científico escéptico. Pero no es esto todo. Los posibles efectos nocivos adicionales de un producto pueden aparecer, bajo ciertas condiciones, mucho después de haberlo tomado. Hace poco se ha descubierto que cantidades muy pequeñas de numerosas drogas pueden dañar considerablemente los cromosomas, los portadores de los caracteres hereditarios. Así pues, no se sabe si los que no han nacido todavía tendrán que pagar el día de mañana los daños causados ayer por otros.

No hay comentarios:

Las 10 entradas más populares