jueves, 2 de febrero de 2012

La última víctima de la Inquisición alemana

Al tener más de treinta años, Anna Maria Schwägel rebasada la edad en que una mujer podía tener expectativas de contraer matrimonio. Su existencia había transcurrido como sirvienta y la monotonía se había incrustado en lo más profundo de su ser. Acostumbrada a la vida religiosa del catolicismo alemán sus visitas a la iglesia eran frecuentes y no faltaba nunca a misa. Dios era su último refugio ante el mundo y la vida. Pero pronto todo iba a cambiar y Anna Maria sería la última víctima de la Inquisición alemana y el fin de las ejecuciones de los cazadores de brujas.
Un día su señor contrató un nuevo cochero. Era un hombre joven y atractivo. Parecía simpático y agradable, aunque fuera luterano. Anna Maria al principio lo rehuyó y no prestó demasiada atención a sus piropos y frases de adulación. Nunca había conocido íntimamente a un hombre y el sexo para ella era un horrible pecado si no se realizaba dentro del matrimonio.
Poco a poco el cochero fue ganando su confianza. La confianza dio paso a algo más y pronto el hombre le prometió casarse con ella, imponiendo una condición: Que renunciase al catolicismo y abrazara la fe de Lutero.
Anna Maria llena de vacilaciones y dudas viajó finalmente hasta Kleimmingen para renunciar formalmente de sus creencias. A la vuelta estaba tan segura de su amor, y de su boda, que no pudo resistirse y cayó en manos de su prometido. A la mañana siguiente el cochero desapareció.
Desesperada por haber perdido su virginidad y haber abandonado a su iglesia, fue a pedir la confesión de un fraile agustino, pero el fraile también se había convertido al protestantismo y sus consejos fueron en contra de todo lo esperado, algo que terminó por descomponer su personalidad.
Su conciencia la carcomía. Solamente el diablo podía ser el causante de sus desgracias. Confundida y enloquecida vagó por los campos balbuceando frases absurdas y sin sentido sobre el diablo y Satanás. Unos lugareños la recogieron y la llevaron al hospital para dementes de Laneggen, cerca de Kempten.
La matrona, desequilibrada encargada del lugar, Anna Maria Kuhstaller, la golpeó, torturó y obligó a confesar que mantenía relaciones sexuales con el diablo, a quien Anna Maria identificaba con el cochero.
Kuhstaller la denunció a los magistrados y el 20 de febrero de 1775 encarcelaban a Anna Maria enferma tanto física como mentalmente. Dos semanas después se inició su proceso, bajo la acusación de brujería. No hizo falta ni emplear la tortura con la pobre mujer. Al someterla a interrogatorio, Anna Maria, completamente desquiciada, admitió todo lo que le había sucedido con el cochero que la abandonó. Afirmó haber realizado un pacto y mantenido relaciones sexuales con el diablo, en sueños y en la realidad. No se presentaron cargos de “maleficia”.
El 30 de marzo, tres jueces la condenaron a muerte tras discutir si debían quemarla, ahorcarla o decapitarla. Los militares de la plaza y gente prominente de la localidad, en un intento por salvarla, recurrieron al príncipe abad de Kempten (Baviera) pero este revisó el juicio y corroboró el fallo. El 11 de abril de 1775 la asesinaron públicamente.
El pueblo se horrorizó ante semejante sentencia fuera de todo sentido común. Cuando la noticia llegó a la Inquisición los partidarios de detener la masacre que se había cometido durante décadas enteras tuvieron su oportunidad para poner fin a los asesinatos legales de la Iglesia. El triste caso de Anna Maria Schwägel valió para que comenzara el principio del fin de la terrorífica Inquisición.

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